PLAYA DE BARAYO
En este arenal limitado por riscos tapizados de verdor desemboca el río Barayo, creando dunas y marismas de gran valor ecológico.
PRADOS Y MONTES CERCA DEL MAR
Los alicientes paisajísticos de la Costa Verde de Asturias no abarcan únicamente el litoral del Cantábrico, sino que incluyen también parajes de interior, situados a poca distacia del mar. Desde numerosas localidades pueden emprendenrse excursiones a pie que discurren entre bosques, prados y miradores. Otras propuestas invitan a escalar montes como la Cabeza Ubena, de 1188 metros, yecho del municipio de Llanes.
CUDILLERO
La vida en esta aldea de pescadores, encastrada en una estrecha bahía, gira en torno a su puerto Viejo, frente al que se abre la plaza de La Marina.
CUEVA DE TITO BUSTILLO
Situada en Ribadesella, esta gruta descubierta en 1968 guarda pinturas prehistóricas (22.000 a 10.000 a.C.).
CASTRO DE LAS GAVIOTAS
Esta formación rocosa se localiza frente a la playa de La Huelga, en el municipio de Llanes, donde el río Cecilio desemboca creando un bello arenal.
La Costa Verde asturiana es uno de los litorales mejor preservados del Cantábrico. Nuestro viaje entre Luarca y Llanes visita pueblos de tradición marinera, ensenadas rodeadas de acantilados que quitan el habla y prados de frondoso verdor que, entre magníficas panorámicas, descienden hasta rozar la arena.
Uno de los primeros tesoros que encontramos es la Reserva Natural Parcial de Barayo. Dentro del Paisaje Protegido de la Costa Occidental, acoge el final del río Barayo, con dunas, marismas y una playa de arena frecuentada por pescadores, bañistas y surferos. Cerca de allí, a 3 km, se extiende la playa de Otur, con 600 m de arena oscura, que al este está limitada por el castro romano de Castiello.
Luarca, en las inmediaciones, conserva intacto el encanto de los pueblos marineros. Sus casitas blancas se alzan escalonadas sobre promontorios frente al mar. La villa bien merece un paseo por el barrio de la Pescadería, con tabernas, marisquerías y típicas sidrerías. Vale la pena subir al mirador del Chano y seguir el paseo hasta el faro. Junto a él se alzan la capilla de La Atalaya y el cementerio, desde el que en el pasado los pescadores oteaban el horizonte para avistar el paso de las ballenas. Aquí yace el personaje más ilustre de la localidad, el médico y Premio Nobel Severo Ochoa (1905-1993), que tiene un museo dedicado a su investigación. El intelectual vivió en la Villa del Carmen, una casa que, como el restos edificios de estilo indiano de Luarca, hace viajar en el tiempo.
Entramos en el concejo de Cudillero donde nos recibe la playa del Silencio, un remanso de paz que hace honor a su nombre y sigue ajeno a las masificaciones. Se baja hasta ella por una zigzagueante pasarela y sus vistas merecen tanto la pena como el destino en sí.
Muy cerca se adentra en el mar el cabo Vidio, que corona el último faro inagurado en Asturias en 1948. Las vistas que ofrece el faro son motivo suficiente para detenerse un largo rato, con el Atlántico rompiendo contra los acantilados y el cabo Peñas al fondo. Si su verticalidad no provoca vértigo, a su alrededor se pueden seguir varios senderos.
Las casas multicolor de Cudillero se edificaron en la ladera a modo de anfiteatro asomado a su puerto. Antes de perderse por sus callejuelas, resulta tentador disfrutar en sus tabernas de guisos como la caldereta y del pescado y el marisco del día, acompañados de una sidra. A veinte minutos en coche, la playa del Aguilar, un espacio protegido en el término de Muros de Nalón, ofrece una larga ensenada de arena dorada donde plantar la sombrilla o lanzarse a surfear las olas.
Desde la carretera costera se atisba el cabo Peñas, la península que divide en dos la Costa Verde. A poca distancia de Gijón, ciudad idónea para ser protagonista de una escapada propia, resulta agradable caminar por los alrededores del faro centenario de Peñas que aún orienta a los marineros, o por los senderos que acceden a calas aisladas.
Rumbo hacia el oriente se pasa por Luanco que, junto a su vecina Candás, conserva la fisonomía de las villas marineras. Más adelante Tazones y Villaviciosa comparten, encaradas, la bocana de su ría. Lastres, otro enclave de tradición pesquera situado en una ladera que cae al mar, posee un atractivo puerto y bonitas playas.
Tras un trecho de 25 km se llega a Ribadesella, dominada por calas y acantilados alrededor de la desembocadura del Sella. El ambiente se concentra alrededor de sus bares y restaurantes con terrazas, ideales para saborear la gastronomía local. Las mañanas de los miércoles sus calles, algunas adornadas por los paneles del dibujante Mingote, son tomadas por el mercadillo. El pasado prehistórico de la región puede conocerse en el Museo del Carmen con su exposición de fósiles y en la cueva de Tito Bustillo, con pinturas prehistóricas y huellas de dinosaurio, declarada Patrimonio de la Unesco.
Cada primer sábado de agosto –este año fue el día 4– se celebra en Ribadesella el famoso descenso del río Sella. Muchas empresas ofrecen el traslado hasta Arriondas (villa donde arranca), el alquiler de piraguas y el pícnic, si bien en verano hay todo tipo de chiringuitos abiertos a lo largo de sus orillas. Fuera de temporada, el paseo por el río es mucho más tranquilo.
Llanes es el final de nuestra aventura. Célebre es su casco histórico repleto de palacios, casas blasonadas, sidrerías y tabernas donde degustar quesos, guisos de verdinas (pequeñas alubias) y marisco del Cantábrico. El municipio incluye hasta cuarenta playas, casi todas pertenecientes al Paisaje Protegido de la Costa Oriental de Asturias. De varios acantilados de Llanes saltan bufones, esas chimeneas por las que la presión de las olas hace que el agua salga disparada. Un lugar para verlos es la insólita playa de Gulpiyuri. Se creó al hundirse el techo de una cueva con lo que, si bien sus apenas 50 m de arena están bañados por el agua marina, no tenemos enfrente el océano, sino verdes praderas crecidas en la roca. Podemos concluir nuestro viaje escuchando las hipnóticas mareas subterráneas.