Finlandia queda tan al norte de Europa que un cuarto de su territorio se sitúa por encima del Círculo Polar Ártico. Y a pesar de una localización tan extrema, se las ha arreglado para convertirse en decisivo lugar de encuentro entre Oriente y Occidente, entre Rusia y Europa.
Perteneció durante seis siglos a Suecia, pasó a manos del zar Alejandro I de Rusia en 1809 y se independizó en 1917 tras la revolución bolchevique –en 2017 celebra el centenario con un amplio programa de actividades–, aunque los lazos culturales y económicos han sobrevivido a la historia. Solo hay que ver la composición del pasaje del avión en el que volamos a Helsinki para entender que más de uno viaja a la península de Kola, ya que se accede mejor al puerto ruso de Murmansk desde la capital finlandesa que desde Moscú.
LA CAPITAL, HELSINKI
Cuando bajo del avión, el pulcro aeropuerto vibra con ondas de wifi gratis: los fineses combaten el aislamiento geográfico con una alta conectividad. En la capital vive uno de cada cuatro habitantes del país, lo cual deja un amplio territorio cubierto de coníferas y salpicado por 180.000 lagos a una población escasa, todavía más solitaria durante el frío invierno. En las abruptas regiones del norte, el silencio de los bosques de coníferas forma parte del paisaje, en contraste con la animación que fluye por las arterias de Helsinki, repletas de galerías y centros comerciales soterrados para burlar el frío. Otra diferencia de la capital respecto al resto del país es que se encuentra en una zona litoral llana, con una línea costera de más de cien kilómetros y protegida por un laberinto de islas. Frecuentes transbordadores las mantienen conectadas, incluso con Estocolmo y San Petersburgo y en pleno invierno, gracias a una flota de rompehielos.
LA FORTALEZA DE SUOMENLINNA
Solo así se accede a la fortaleza de Suomenlinna, construida sobre siete islas en la época de dominación sueca. En verano es el lugar ideal para un pícnic, mientras que en invierno constituye un buen mirador sobre el perfil de la ciudad, en el que destaca la catedral blanca que se alza en la plaza del Senado. De allí parte la comercial calle de Alejandro, que cuenta con calefacción bajo las aceras para evitar que se forme hielo. La plaza del Mercado, donde diariamente se venden frutas y verduras muy cerca de la del Senado, no cuenta con esta comodidad.
Además de la arquitectura grandilocuente del periodo zarista, Helsinki presume de contar con las mejores obras del arquitecto Alvar Aalto (1898-1976). Su mayor realización es la ciudad universitaria de Otaniemi, donde los edificios de ladrillo rojo dialogan con la naturaleza y los muebles y lámparas diseñados por él. También es famosa la Casa Finlandia, obra que concibió como sala de conciertos en 1971 y que amplió cinco años más tarde, al final de su vida, para albergar la Conferencia Internacional de Paz. El revestimiento de mármol de Carrara no soportó las bajas temperaturas y ahora las placas originales se encuentran repartidas por el parque aledaño a modo de esculturas posmodernas.
ROVANIEMI, HOGAR DE SANTA CLAUS
Los atractivos de Helsinki son muchos, pero la increíble región de Laponia espera a un tiro… ¡de avión! En invierno es el medio de transporte más fiable, aunque a veces hay que esperar para que le descongelen las alas. Aquí lo utilizan como quien sube al autobús, de manera que en una hora se salva lo que por tierra equivale a nueve de conducción incierta hasta Rovaniemi. Incierta no solo por el clima, sino por el peligro de chocar con algún reno que se acerque al arcén para desenterrar musgo o líquenes.
Los ocho renos esculpidos por Upi Kärri saludan a las puertas del aeropuerto de Rovaniemi. Son una representación de los que tiran del trineo de Papá Noel, puesto que la población se autoproclamó “Hogar de Santa Claus”, a pesar de que la historia sitúa el nacimiento de San Nicolás en Anatolia. En Rovaniemi se encuentra el Santa Village, un centro de visitantes abierto durante todo el año, con actividades, hoteles, restaurantes y una oficina de correos de verdad, a la que llegan millones de cartas de todo el mundo repletas de peticiones y buenos deseos. Al final de la visita uno se hace la foto de rigor con el anciano de barba blanca y traje rojo para demostrar que lo conoce.
Rovaniemi también es un destacado centro universitario. Por desgracia, la II Guerra Mundial le costó cara y tuvo que ser reconstruida de arriba abajo según los planos de Alvar Aalto, que dicen se inspiró en la cornamenta de los renos para trazar sus calles. El resultado es un conjunto funcional, de casas revestidas de madera y rodeadas por una naturaleza siempre presente.
LA HISTORIA DE LAPONIA SE CUENTA EN ARKTIKUM
Camino del museo Arktikum, observo un cable tendido entre dos grandes farolas que señala la línea del Círculo Polar Ártico. A pesar de que el movimiento de rotación de la Tierra va modificando ligeramente su posición, para la foto de recuerdo vale lo mismo. El Arktikum, como su nombre indica, exhibe curiosidades científicas relativas al Ártico y también sobre la historia de Laponia, incluyendo reflexiones sobre los sami, el pueblo autóctono de la región. Nómada por tradición, hoy vive repartido entre Finlandia, Noruega, Suecia y Rusia, si bien adaptado a las nuevas fronteras. Muchos sami se dedican todavía al pastoreo, aunque la mayoría trabaja en actividades relacionadas con el turismo. Hasta la II Guerra Mundial hubo muchos intentos de asimilación e incluso la palabra «lapón» se consideraba despectiva, pero todo esto ha cambiado en los últimos tiempos, como se comprueba más al norte.
EL PAISAJE HELADO
La siguiente etapa me lleva de Rovaniemi a Luosto, a una hora y media hacia el nordeste por carretera. Su aspecto es el de una aldea de madera con encanto que vive cierta bonanza gracias a los 195 kilómetros de pistas para la práctica del esquí de fondo. Buena parte discurre por el interior del Parque Nacional de Pyhä-Luosto, un espacio intacto donde los lagos helados se alternan con los brezos del Ártico y los densos bosques de coníferas.
El finés valora pasar el máximo de tiempo al aire libre y en contacto con la naturaleza por lo que, a lo largo de las pistas y en lugares perfectamente señalizados, se encuentran montones de leña para preparar un fuego y calentarse las manos. Si cuando llegas hay alguien que ya ha encendido la fogata, seguro que acabarás compartiendo un plato de sopa de salmón, acompañado de pan de cereales con mantequilla. Eso sí, de pie o sentado en la nieve.
Entre bocado y bocado me entero de que otra actividad popular es subir el monte Lampivaara para visitar sus minas de amatista, una variedad violácea del cuarzo. La entrada a las minas permite al visitante buscar su propia piedra y, si cabe dentro de un puño cerrado, conservarla de recuerdo.