MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ: «BRASOV Y LA CARRETERA DE TRANSFĂGĂRĂȘAN SON DE LOS LUGARES MÁS BELLOS DONDE HE ESTADO NUNCA» El actor debuta como director con la película documental ‘100 días con la Tata’, que llega hoy a los cines.

Tanto quiere a su “tata” Miguel Ángel Muñoz (Madrid, 1983) que un día necesitó llevar a cabo con ella todas las cosas que tenían pendientes de hacer juntos. Entre ellas, rodar una película. Lo que no imaginó es que una pandemia mundial terminaría por encerrarle con ella más de 100 días en un minúsculo piso de Madrid. Este confinamiento, e inmensa experiencia, originó el fenómeno viral Cuarentata en las redes sociales y terminó convirtiéndose en el grueso de la cinta con la que debuta como director: 100 días con la Tata –desde el 29 de diciembre en nuestras pantallas–, reciente Premio Forqué al Mejor Largometraje Documental. Y también un ejercicio de amor absoluto a la mujer que ha cuidado del actor desde que es niño: Luisa Cantero, la hermana de su bisabuela. Y también un encararse con el mayor de sus miedos: la separación, algún día, de la persona más importante de su vida.

En ese tiempo juntos que recoge la película, Miguel Ángel Muñoz ha podido llevar a su “tata” a Mérida, a sus raíces, pero no a Los Ángeles, una ciudad que le ha marcado a fuego, pero no la única donde ha vivido. México y París también le ofrecieron lo suyo. Por su profesión, ha conocido lugares y traspasado fronteras, y agradece su suerte. Le quedan pendientes muchos destinos, tantos como ganas tiene de comerse el mundo, uno de sus principales motores cuando viaja.

A Los Ángeles, sin lugar a dudas. Es otra de mis ciudades favoritas del mundo. De hecho, la película nos retrata muy bien, tanto nuestra historia como a ambos por separado, y, en los planos que decidí poner de cómo se vivía la pandemia en el mundo, estaban las ciudades más importantes para mí, donde he tenido experiencias vitales. Una de ellas es un plano aéreo de Los Ángeles, de su Paseo de la Fama irreconocible… Me hubiera encantado llevar allí a la “tata”, aunque ese plan ya decidí hace años que no lo íbamos a hacer. Con 97 años, tantas horas de vuelo directo… No hubiera merecido la pena darme a mí el gusto, aunque luego hubiera sido maravilloso.

Fue tu inquieta vida profesional la que te llevó a vivir, durante un tiempo, a caballo entre Madrid y Los Ángeles. ¿Qué te ofrece cada una de estas ciudades?

En Madrid están mis raíces, mis orígenes, mi familia, mis amigos, todo lo que me hace sentir bien, lo conocido y lo divertido. Los Ángeles, durante muchos años, ha sido una vía de escape que me llevaba a encontrarme conmigo mismo, estando a 9.000 kilómetros de distancia de mi vida normal; al anonimato, en muchas ocasiones, a la creatividad… Es una ciudad que invita a disfrutar del deporte y la naturaleza. No cambiaría una por otra ni tampoco las comparo.

Volviendo a la cinta, tu documental es un ejercicio de amor absoluto. Un proyecto, al principio más personal que profesional, que nació de la idea de pasar tiempo con tu tata y grabarlo para que quedara siempre, y que terminó convirtiéndose en una película que encontró su fuerte en vuestro encierro juntos durante el confinamiento. ¿Cómo definirías el “viaje” que supuso para ti esa centena de días?

El “viaje” soñado que nunca pensé que podría hacer. Porque, a pesar de que llevo muchos años queriendo disfrutar de tiempo de calidad con mi “tata” y haciendo muchas cosas con ella, nunca pensé que lo más bonito que nos iba a suceder era pasar más de 100 días juntos en una casita, 24 horas solos el uno con el otro. Este “viaje” ha sido el mayor aprendizaje para darme cuenta de que, a veces, los momentos más importantes de la vida no tienen nada que ver con aquello a lo que estoy acostumbrado desde muy pequeñito, las cosas extraordinarias, sino simplemente con estar.

Tu propuesta, íntima y honesta, no censura el impacto emocional ni físico que deja el trabajo de cuidados en las personas, más aún con la libertad vetada por la pandemia. ¿Era para ti importante mostrar los claroscuros de una experiencia que, a pesar de ser luz entre tinieblas, te dejó agotado?

Totalmente… Si algo tenía claro cuando tuve la necesidad de realizar este proyecto, es que quería realizar una película dentro de una película y, sobre todo, poder mostrar la terapia, porque para mí es muy importante en mi vida. He podido exponer cómo puede pasar factura el llamado “síndrome del cuidador” cuando cuidas a una persona a la que quieres tanto. Y la conclusión es que, para poder cuidar a alguien bien, lo primero que tiene que hacer uno es cuidarse a sí mismo, porque si uno no está bien no puede dar su mejor versión. Algo que me viene muy bien recordar cada vez que veo la película, para no volver a caer en ese estar enganchado solamente a la felicidad de mi “tata”, que es lo que más feliz me hace.

No solo has vivido en Los Ángeles, también lo has hecho en México. ¿Qué te enamoró del país azteca?

Es otro de los lugares de mi vida a los que quiero regresar, espero que trabajando en algún proyecto durante meses, como el año que viví allí, hace 10 o 11 años, haciendo la serie para HBO Capadocia y luego Infames. México me abrió las puertas de par en par, la gente te hace sentir como en casa desde el primer momento y, a la vez, sentí que era mi sitio, pero no el lugar donde me quería quedar. Allí aprendí mucho a relativizar la vida… México necesitaba, y sigue necesitando, muchos cambios sobre temas muy importantes en todos los sentidos. Sigue desarrollándose y ojalá dentro de equis años sea una de las primeras potencias del mundo por todos los recursos que tiene. Pero, claro, cuando un país necesita tanto y tan importante, las cosas tienen otro tempo y ritmo, y la importancia que se le da a ciertas cosas es diferente de la que le podamos dar en Europa. Eso a mí me ayudó mucho a relativizar la vida. También tengo que reconocer que, en muchas ocasiones, me costaba aceptar que las cosas no iban a ser de la manera en que yo estaba acostumbrado.

 

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