WINSTON CHRUCHILL EN MADEIRA
Winston Churchill llegó a Madeira en barco el 2 de enero de 1950 y se alojó en este impresionante hotel con bellas vistas sobre Funchal. El mítico Reid’s Palace Hotel celebraba su reciente reapertura tras la II Guerra Mundial con un invitado tan reputado.
UNA DECORACIÓN QUE TRANSPORTA A LOS TIEMPOS DE CHURCHILL
El interior del hotel fue renovado en 2006 con una decoración que logra conservar la distinguida atmósfera de cuando se abrió en 1891. La habitación que ocupó el entonces primer ministro británico es hoy, junto a la suite George Bernard Shaw, la más lujosa de todas las disponibles.
WINSTON CHURCHILL DEJÓ SU HUELLA EN MADERIA
El primer ministro británico debía permanecer en Madeira hasta el 16 de enero de 1950; pero se vio obligado a adelantar su regreso a Inglaterra por cuestiones políticas. A pesar del poco tiempo, dejó algunas anécdotas que aún se recuerdan, como cuando hizo detener el Rolls-Royce con el que se desplazaba por la isla para poder pintar el paisaje del pequeño municipio pesquero de Câmara de Lobos.
LA HORA DEL TÉ EN MADEIRA
La hora del té es toda una tradición en este hotel y permite disfrutar de una amplia panorámica de la ciudad de Funchal. Para deleitarse con esta experiencia y sentirse como Winston Churchill no hace falta alojarse en el Reid’s Palace. El hotel realiza visitas guiadas a través de sus instalaciones y jardines para dar a conocer la fascinante historia que guarda.
Mis primeros recorridos por Madeira habían sido en 4×4, que son ideales para llegar a todos los puntos de la isla, algo esencial si se quiere disfrutar de los múltiples miradores que hay repartidos entre la frondosa vegetación de esta perla atlántica. Pero en ese momento preciso, estaba cerrando la puerta de un Roll-Royce, modelo Corniche Cabrio del 80 de color beige precioso, hacia el que todos dirigían sus miradas.
Estas cosas son habituales en Funchal: por la mañana puedes embarrarte haciendo senderismo en una levada y por la tarde puedes ir a tomar el té como si fueras Winston Churchill, quien estuvo por aquí muchos años antes de mi aventura glamurosa.
El primer ministro británico zarpó un 29 de diciembre a bordo del navío Durban Castle para llegar a Funchal el 2 de enero de 1950. Nacido en el seno de una familia aristócrata, el virtuoso político se había convertido en una de las figuras claves de la Europa del S. XX. Pero Sir Winston Churchill necesitaba retirarse unos días a un lugar “cálido, apto para bañarse, cómodo y florido”. Así que aprovechó la invitación del Hotel Reid’s Palace, que por esos días celebraba su reapertura tras la II Guerra Mundial.
Cuentan las crónicas que los madeirenses acudieron en masa para saludar al gran estadista, político, literato y ensayista. Toda la isla estaba brillantemente iluminada, así que desde alta mar, debía parecer un enorme faro. Con el desembarco, el gentío comenzó a vitorear y aplaudir. Más tarde, Winston Churchill comentó: “Me han saludado muchas personas en el mundo por las que he hecho algo, pero nunca en toda mi vida me han recibido con tanto entusiasmo personas por las que nunca he hecho nada”.
TOMANDO EL TÉ COMO WINSTON CHURCHILL
El Rolls-Royce me dejó en unos jardines repletos de geranios, buganvillas, orquídeas y demás plantas tropicales. En el interior del hotel, el ambiente conservaba la atmósfera distinguida de la decoración original con el que se abrió en 1891. Las huellas del gran político británico se sentían en el interior. También la de multitud de otros famosos clientes, de los que encontré fotografías en muchos rincones.
Mientras me dirigía a la terraza donde debían servir el té, hice una lista mental de detalles: telas, papel decorativo, flores, cristal de Murano, muebles de madera oscura, plantas en macetas, escayolas en los techos. La terraza con el pavimento a cuadros blanco y negros se reveló como un estupendo mirador sobre Funchal.
Supongo que la etiqueta pide evitar la excesiva salivación; pero de verdad que me resultó complicado cuando apareció la bandeja, a la que estuve a punto de adorar a modo de altar. Ahí, colocados con todo detalle y mimo, estaban pequeños sándwiches, panecillos, mantequillas, mermeladas varias, delicados pastelillos y azúcares con los que endulzar el té con leche. Pedí la selección del propio hotel; pero en la carta había veinticuatro diferentes.
Juro que mantuve la etiqueta; pero el que no la siguió, según cuenta la leyenda, fue el propio Winston Churchill durante una cena oficial en el hotel. Parece ser que cuando vio que se servía uno de los vinos clásicos de Madeira, un Blandy 1792 Solera, el primer ministro británico no pudo ocultar su alborozo y arrebatando la botella al camarero, se colocó una servilleta en el brazo y presentó el vino a todos los asistentes así: “Señoras y señores, aquí hay un vino famoso, embotellado cuando María Antonieta estaba viva”.
Decididamente, hay cosas que sólo se permiten a unos pocos ilustres de la historia. La tarde fue cayendo y, poco a poco, se fueron iluminando las luces de la ciudad.
EL LUGAR FAVORITO EN MADERIA DE CHURCHILL
Muchos de los apasionados de la vida de Winston Churchill reconocen la fotografía que Raul Perestrelo tomó del político en Madeira. Se le ve sentado en una silla de mimbre, con su inseparable habano y un sombrero de ala ancha. Frente al lienzo, al fondo, un conjunto de casitas blancas apiñadas sobre la roca. En primer plano, una pequeña cala donde se ven barcas de pescadores en la arena. Se trata de Câmara de Lobos, a siete kilómetros al oeste de Funchal, donde se había trasladado en un automóvil Rolls Royce.
El lugar es de parada imprescindible. En el lado este del puerto, se encuentra una placa que marca el lugar exacto donde Winston Churchill se detuvo a pintar. Vale la pena entrar en alguna de las tabernas del pueblo para probar el pez espada frito con plátano, mientras se respira el ambiente marinero que quiso captar el político en sus lienzos. También hay que subir al mirador de Cabo Girão que sobrevuela el acantilado más alto de Europa.
Winston Churchill tenía que haberse quedado en Madeira hasta el 16 de enero de 1950; pero adelantó su regreso para el día 12 por la situación política en Inglaterra. Dejó la isla en un hidroavión de la compañía inglesa Aquila Airways. Al final, fueron pocos días; pero suficientes para dejar su huella imborrable en la isla. Su esposa e hija sí pudieron estar hasta la fecha inicialmente prevista. Entiendo que la obligada vuelta debió fastidiar a Sir Winston Churchill, porque yo apuré al máximo y, aún así, me quedé con ganas de más panecillos de té esponjosos como pequeñas nubes.