Hay hombres y mujeres cuyo destino es convertirse en mito. Leonardo da Vinci no podía saberlo aún, pero eso es lo que le deparaba el destino. Él, de mientras, se concentraba en observar el vuelo de los pájaros y de los insectos. Sabía que en la naturaleza estaba la clave y no dejaba de soñar. En cierta forma, todos los genios son grandes soñadores.
Tras muchos intentos, cuentan que probó su propia máquina de volar. Llevó el extraño artefacto, con más forma de lámpara del Ikea que de helicóptero, hasta Fiesole, muy cerca de Florencia, para lanzarse desde una cima con vistas a los Apeninos.
Alguien que desea volar es, además de un soñador, un rebelde. Leonardo siempre fue inquieto y eso le llevó de un lugar a otro. Como buen representante del ideal renacentista, no dejó de estudiar, investigar y de viajar por toda Italia, que en aquellos años, más que un país, era la suma de una serie de estados. Si fue un genio, también fue un gran viajero.
LA TOSCANA, DONDE COMENZÓ TODO
Cuando el joven Leonardo finaliza su dibujo a pluma conocido como Paisaje del valle del Arno, lo fecha mediante escritura especular, una de sus muchas habilidades: “El día de Nuestra Señora de las Nieves, 5 de agosto de 1473”. En el dorso anota que está satisfecho del resultado.
No es para menos, la perspectiva aérea está muy lograda y en el dibujo se contempla un bello paisaje del corazón de la Toscana con el poblado fortificado de Montevettolini, una de las muchas villas y palacios que la familia Medici poseyó en la región y que fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad, la colina de Monsummano Alto y la llanura con el río. El joven conoce bien esos paisajes porque desde los quince años su vida transcurre entre Vinci, su ciudad natal, y Florencia, donde asiste al taller del maestro Andrea de Verrocchio como aprendiz.
UNA ÚLTIMA CENA EN MILÁN
En 1482, Lorenzo de Médici decide enviar a Leonardo da Vinci, por entonces en su madurez creativa, a Milán como emisario florentino. En la carta que escribe de presentación, y que se conserva en el Códice Atlántico, describe las diferentes habilidades de su enviado; la principal, destaca, es la ingeniería. Así pasó a formar parte de los ingenieros ducales de los Sforza durante veinte años; algo que no perjudicó en absoluto para que el genio pintara La última cena, una de las obras más representativas del Renacimiento y que se puede ver en la iglesia y convento de Santa Maria delle Grazie, que es Patrimonio de la Humanidad.
VENECIA CUANDO NO ESTABA EN PELIGRO POR EL TURISMO
Durante los siguientes años, Leonardo da Vinci no deja de viajar por Italia. Estuvo en Venecia, donde trabajó en un sistema de defensa contra las posibles invasiones de los turcos. En la ciudad, se guarda uno de los sus dibujos más importantes: El Hombre de Vitruvio. Se trata de un estudio de anatomía sobre las proporciones ideales del cuerpo humano. Se conserva desde 1822 en la Galería de la Academia de Venecia, aunque se exhibe al público tan sólo una vez cada diez años por motivos de conservación.
EL ÉXITO DE UN ‘ROCKSTAR’ DEL ARTE
En 1501 volvió a Florencia. Allí, tal como lo describió Giorgio Vasari, se convirtió en un ídolo de masas. Cuenta el primer biógrafo de artistas italianos que “hombres y mujeres, jóvenes y viejos acudían a observarla como si estuvieran participando en un gran festival”. Aún hoy el público sigue acudiendo en masa para contemplar la belleza de La Virgen y el Niño con Santa Ana y San Juan Bautista, aunque ya no al convento de la Santissima Annunziata donde realizó el cartón que debía servirle como boceto para la pintura final. Ésta no acabó por realizarse nunca, y hoy el famoso boceto se puede visitar en la National Gallery de Londres.
TRISTEZA EN ROMA
Antes de su viaje a Roma, le dio tiempo de pintar La Gioconda, uno de los retratos que más literatura ha generado de la Historia del Arte. Y pareciera que la vida sonreía a Leonardo, pero no. En el Vaticano, Rafael y Miguel Ángel, tenían trabajo sin parar; no así Leonardo, quien no dejaba de sumar desengaños y decepciones. ¿Qué ocurrió? “Los Médici me han creado, los Médici me han destruido”, dejó escrito el genio, antes de viajar a Francia. No volvería ya más a Italia.
UNA TUMBA CONTRA EL PASO DEL TIEMPO
Es el año 1516 y Leonardo se siente enfermo cuando viaja Amboise junto a su nuevo mecenas, el rey de Francia Francisco I, que lo aloja en el Castillo de Clos-Lucé. Hay un posible autorretrato suyo, Anciano pensativo, que aunque datado en 1513, bien podría valer para ilustrar sus últimos años de su vida. En el dibujo, se encuentra sentado en el canto de una roca, apoyado en un bastón, se le ve pensativo, paciente, tal vez algo melancólico; es posible que en ese momento estuviera reflexionando acerca del paso del tiempo: “no he perdido ante la dificultad de los retos, sino contra el tiempo”. Pero cuando el viajero llega hasta la capilla de Saint-Hubert, en el Castillo de Amboise, uno de los castillos del valle del Loira que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad, y contempla su tumba, piensa que Leonardo se equivocó, que no perdió su batalla contra el tiempo, puesto que hoy, quinientos años después, aún se le recuerda.
UN AÑO CARGADO DE EXPOSICIONES
Este año se celebra el quinto centenario de su muerte y el mundo lo celebra con viajes y exposiciones. En España, se puede visitar la muestra “Leonardo da Vinci: los rostros del genio” (en la Biblioteca Nacional de Madrid, hasta el 19 de mayo), la exposición itinerante “Leonardo da Vinci. Observa, cuestiona, experimenta”, que ha comenzado en Málaga, y en Logroño, le rinden homenaje con la exposición “Leonardo Da Vinci, el inventor”.