COSTA DÁLMATA Una ruta exuberante desde los lagos de Plitvice hasta Dubrovnik

El viaje hasta Dubrovnik discurre por una de las regiones más bellas del Mediterráneo: ciudades amuralladas, un mosaico de islas verdes y montañas encajadas entre cañones fluviales.

Son de un verde imposible de determinar, aunque algunos defienden que el tono se acerca más al azul de las turquesas. Desde el mirador, los lagos Plitvice parecen cuencos con acuarelas a medio diluir.

El mayor y más antiguo de los parques nacionales croatas alberga dieciséis lagunas que se vierten unas en otras a través de una serie de cascadas y, entre ellas, las pasarelas de madera ofrecen el único camino peatonal posible. Se nota que la parte baja de la reserva es la más popular por la numerosa concurrencia que espera para hacerse una foto frente a la Gran Cascada, ese cul-de-sac donde acaban coincidiendo todos los visitantes.

Los más madrugadores hace ya rato que llegaron a Plitvice para recorrer la sección superior del parque, donde abundan los hayedos y los senderos discurren entre perfiles kársticos. A esta parte se viene a caminar y a observar una diversidad biológica que, a pesar de no haberse recuperado completamente tras la guerra de los años 90, cuenta ya con 259 especies animales ganadas gracias a una estudiada reintroducción.

Los hayedos y el medio acuático bajo su bóveda constituyen el hábitat de numerosas aves y mamíferos, entre los que se cuentan la nutria, el lobo o el oso pardo. También hay 22 especies de murciélagos, que se agazapan en un complejo sistema de cuevas y grietas excavadas por el agua durante los periodos Jurásico y Cretácico.

A unos 30 km rumbo norte, el mismo río Korana que conforma las lagunas del Parque Nacional de Plitvice baña una bucólica localidad que ya aparecía en los mapas a principios del siglo xiv.

Con sus molinos antiguos y sus cascadas en miniatura, todo en la vieja Rastoke parece dispuesto para la foto. Los autóctonos suelen acudir a este lugar –y al resto de aldeas del condado fronterizo de Lika-Senj– para disfrutar de su suculenta cocina. Los duros inviernos del interior croata son el origen de recetas energéticas como el licki lonac (estofado de cordero), los embutidos con paprika como el kulin, o el basa, un cremoso queso local que acompaña a las patatas asadas. Muchos restaurantes tradicionales –la mayoría regentados por familias– los sirven al ritmo de música de tamburitza o tamburica, un instrumento de cuerda parecido a la bandurria o a la mandolina.

Ya con la mirada puesta en el mar, la carretera serpentea a través de un territorio seco y fracturado que cuenta con todos los matices del gris. Cientos de miles de años de erosión sobre la piedra calcárea cincelaron la cordillera de Velebit, en cuyos extremos se sitúan dos parques nacionales donde la espeleología y la escalada han alcanzado fama internacional: Sjeverni Velebit y Paklenica. Muy cerca de este último y ya besando el Adriático, nos recibe la localidad de Zadar, el histórico centro administrativo de Dalmacia en tiempos de la república veneciana.

Rate article
Lascia un commento