VIAJE A BORDO DEL ÚNICO CRUCERO QUE CRUZA EL ESTRECHO DE MAGALLANES

De Punta Arenas a Ushuaia, el Stella Australis permite cumplir uno de los grandes hitos viajeros.

En el extremo sur de América, el hielo derrotó a los Andes, triturándolos, desmenuzándolos hasta convertirlos en una maraña de islas de perfil dentado como el mecanismo interno de un reloj. Esos pedazos de roca separados por laberínticos canales conforman la Tierra del Fuego, el más legendario lugar para los navegantes.

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TODOS A BORDO

El buque Stella Australis se separa con cierto estruendo del muelle de Punta Arenas. Los prácticos le ayudan en la maniobra, removiendo un mar que es tan plomizo como el cielo del que caen en diagonal veloces copos de nieve. Preparado para una travesía de cinco días por los recónditos canales fueguinos, el barco enfila la proa hacia el sudeste, dejando a babor Bahía Inútil, transitando el Paso Boquerón y adentrándose en uno de los cientos de callejones sin salida que ofrece la Isla Grande Tierra de Fuego, el Seno del Almirantazgo.

LA CONQUISTA DEL ESTRECHO

Al fondear en Bahía Ainsworth, el Stella Australis prepara las lanchas neumáticas que desembarcarán a su pasaje para una excursión. El extremo sur de la Patagonia se muestra indiferente al calendario, y aun mediada la primavera, el tiempo obliga a los viajeros a pertrecharse bien. Del cielo caen copos grandes, girando sobre sí mismos como frisbees congelados. La playa tiene aspecto de lo que es: un lugar del fin del mundo. Imposible no imaginar cuántos pedazos de ámbar gris, el más misterioso y fragante de los perfumes naturales, estarán camuflados entre los guijarros. Un bebé de elefante marino, separado de la colonia que lo ampara, se muestra perezoso y fotogénico. El animalito pasa ya de los 300 kilos, y cuando alcance su plenitud adulta llegará a los 4000, lo que justifica el nombre popular (junto a su trompa, claro).

UNA BAHÍA LLENA DE VIDA

Calafates y chauras ignoran el frío y deciden que si es primavera florecen y dan bayas de color fucsia y aspecto esponjoso. A instancias de los guías, los excursionistas las prueban y aprueban. Entienden que con ellas se preparen ricas mermeladas en las ciudades. Heroicos árboles y arbustos retan a esta tierra helada y ventosa irguiéndose agarrados a un suelo de fango y piedra. Los viajeros se muestran eufóricos al conquistar lo que en otras latitudes sería un modesto cerro y, aquí, una montaña.

EL ANIMAL POR EXCELENCIA DEL ESTRECHO

En las vecinas islas Tucker, una colonia de pingüinos magallánicos se afanan en contruir sus nidos. Caminan por el rompiente con sus picos cargados de hierba para preparar la próxima llegada de los retoños. La tarea no puede ser más ineficaz: las patosas aves pierden parte de su carga al entrar en el agua y deben nadar hasta el lugar en el que acomodan las hebras como cama para su futura descendencia. Harán falta innumerables viajes para construir el lecho. Al nadar, su panza blanca y dorso negro les protegen de ser vistos por los predadores tanto desde la superficie como desde las profundidades. Ellos, con sus 40 cm de altura y sus tres kilos de peso, son modestos comedores de peces pequeños.

Tras los encuentros con la fauna más característica de esta zona austral, el barco deja la isla Dawson a estribor y penetra el más angosto de los pasajes por los que transita en su travesía. El canal Gabriel llega a tener en su punto más ceñido menos de un kilómetro de anchura. Visto desde cubierta parece que las paredes vayan a aprisionar el barco en cualquier momento.

NO ES UN CRUCERO CUALQUIERA

Pero eso no sucede y el capitán sale de él, traza una elegante curva a la izquierda y se adentra por el Canal Beagle, la principal autopista de la zona, que lleva el nombre del histórico bajel de investigación que dio a conocer al mundo esta región a principios del siglo xix.

El Stella Australis recibe el apelativo de crucero de expedición a falta de una definición mejor. Se trata de un buque turístico que surca las aguas de Tierra del Fuego vetadas a otras naves. Gracias a sus acuerdos con el gobierno chileno y sus convenios con instituciones científicas de ese mismo país, de Estados Unidos, Argentina y España, al viaje que para sus pasajeros es lúdico se le suman acciones de control ambiental, por lo que es difícil situar al barco estrictamente en el plano del recreo turístico. Los miembros de la tripulación toman regularmente muestras del agua para controlar la acidificación oceánica, realizan censos de aves, registran los cambios en la flora nativa, controlan fotográficamente el retroceso de los glaciares y realizan acciones de recogida de basuras en las playas.

BELLEZA PATAGÓNICA

Los dientes afilados de la cordillera Darwin escaparon al efecto de la última glaciación que aquí modeló el paisaje. Las montañas que se hallaron en su día cubiertas por el hielo fueron limadas por este, rindiéndose y dejándose redondear. Los picos Darwin, Luis de Saboya o Francés, que emergían sobre la coraza blanca por tener más de dos mil metros de altura, son ahora los que se muestran más altivos, ocupando el cuerno sudoccidental de la Isla Grande y escoltando bellamente al Canal Beagle.

TODOS LOS AZULES POSIBLE

El Glaciar Pía, un muro de hielo de todos los azules posibles, se desploma con estrépito mineral sobre las glaucas aguas fueguinas. Miles de fragmentos de hielo flotan en la calmada lámina líquida. Los viajeros vuelven a bajar a tierra para explorar el entorno, un lugar estremecedor que hace reflexionar sobre la potencia de la naturaleza y sus dinámicas intemporales, hoy sin embargo alteradas por la acción del ser humano, sus tubos de escape y chimeneas situados a miles de kilómetros de aquí.

Alimentados por el gigantesco campo de hielo Darwin que se encuentra en el corazón de la cordillera, diferentes caminos de agua sólida se abren paso hasta desembocar en el centro del Canal Beagle, en uno de sus tramos más bellos. Es la llamada Avenida de los Glaciares, donde los ventisqueros van asomando ordenadamente. Glaciar España, Glaciar Francia, Glaciar Italia, Glaciar Holanda, Glaciar Alemania recuerdan la nacionalidad de quienes exploraron la región siglos atrás. Son un espectáculo difícil de imaginar, una secuencia de gigantes blancos que se entregan al mar encajonados entre la roca que ellos mismos han excavado con su movimiento a la manera de un tornillo.

UN HITO PARA NAVEGANTES

Escurriéndose por el canal Murray, la proa del barco enfila decididamente hacia el sur, yendo en busca de uno de los mitos inmarchitables para los navegantes: el Cabo de Hornos. Es la isla más meridional del archipiélago Wollaston y donde se acuerda considerar que se unen los océanos Pacífico y Atlántico. Territorio para las más terribles tempestades marinas, situado en la latitud bautizada como de los 50 Aulladores, sus tormentas han enviado a pique a cientos de naves a lo largo de la historia. Aun hoy, los marineros que consiguen doblar ese cabo son considerados campeones de la navegación, y ostentan el derecho de fijar en el lóbulo de su oreja izquierda un pendiente que acredita la hazaña.

Los viajeros desembarcan con dificultad en la Caleta León y ascienden el centenar largo de escalones que les llevan al montículo donde un original monumento que dibuja la silueta de un albatros da fe de que se hallan en tan especial lugar.

LA TIENDA MÁS MERIDIONAL DEL MUNDO

Recorriendo el sendero de la cresta se llega hasta el faro, habitado por un funcionario chileno que recibe el relevo tras un año de estancia. Durante ese periodo de tiempo la radio y las visitas de estos excursionistas –que no siempre consiguen desembarcar por las feroces condiciones del lugar– son su único contacto con el mundo exterior. Los fareros pueden llevar a sus familias. Las esposas e hijos se convierten durante 365 días en protagonistas de una historia vital que sin duda marcará su carácter. Para el anecdotario, quien compre un recuerdo de los que vende el farero lo estará haciendo, sin lugar a dudas, en la tienda de souvenirs más austral del mundo.

SURCANDO EL BEAGLE

Cumplida la cita con la leyenda, el Stella Australis recula a lo largo de la Bahía Nassau y busca una ensenada en el frente occidental de la isla Navarino. Caleta Wulaia es un topónimo que recuerda la presencia de los extinguidos indios fueguinos. Grupos étnicos que poblaron estas inhóspitas tierras hasta hace apenas un siglo y que se extinguieron por la persecución con saña de los colonos recién llegados. De su sapiencia nos quedan las fotografías tomadas por el cura Alberto de Agostini, misionero italiano que también fue documentalista, montañero y geógrafo. Tan importante fue que hoy el parque nacional que protege estas tierras lleva su nombre. Con sus imágenes, la mayoría conocemos ahora cómo vivían, vestían, navegaban, cazaban y celebraban sus fiestas estos indios, que se distinguían por deambular desnudos en tan desapacible clima. Las mujeres buceaban en las gélidas aguas en busca de marisco y los hombres, con arpones y arcos, cazaban animales terrestres.

LA CONQUISTA DE WULAIA

Nada más desembarcar en Caleta Wulaia el viajero se topa con una reproducción de una de las cabañas vegetales en las que se guarecían los yámanas, uno de los grupos fueguinos que habitaban la isla. En un remozado edificio vecino, un pequeño museo pone al tanto de que fue esta playa donde desembarcaron insignes de la exploración patagónica: el naturalista Charles Darwin, los capitanes de navío Robert Fitzroy o James Cook. Y es también aquí donde el viajero, salvando las pronunciadas pendientes de sus lomas, entra en contacto con el milagro del bosque subantártico. Árboles duros como el hierro despliegan majestuosas copas. Tienen nombres deliciosos como ñirre, lenga o coihue y se dejan colonizar por un hongo con aspecto de pelota de golf, textura y color de mandarina llamado pan de indio, pues los fueguinos lo ingerían. Soso inapelable, lo que habla de la dificultad para hacerse con alimentos en la zona.

DESTINO USHUAIA

Las emociones se empujan unas a otras. La visión de pingüinos, elefantes marinos, delfines australes de cara negra, skúas y halcones chimangos se une a la experiencia del Cabo de Hornos, de la Avenida de los Glaciares o de los monolitos en Wulaia que rememoran la estancia de Fitzroy y Darwin antes de llegar al remate de la travesía. El barco se adentra en la protegida bahía de Ushuaia, la ciudad considerada más austral del planeta y que se ha hecho propio el lema de «Fin del Mundo». Enclave argentino de aire pionero y desaliñado que supone la estación término de esta ruta. Pero el inicio de muchos otros viajes, pues la inmensa Patagonia se extiende cientos de kilómetros al norte esperando ser explorada por los ansiosos de experiencias con el sello de la autenticidad.

 

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