BRETAÑA: UN VIAJE ÉPICO DESDE RENNES A LA PUNTA DE RAZ

Esta región del noroeste de Francia preserva una fuerte identidad, forjada por una cultura y una lengua propias, y arropada por un paisaje de bosques legendarios, bahías con poblaciones marineras y acantilados con faros que desafían al Atlántico.

RENNES, UNA MAÑANA DE SÁBADO CUALQUIERA

Sábado por la mañana de un mes cualquiera. Apenas despunta el alba que un murmullo se apodera progresivamente de la plaza de Lices. Así lo impone una tradición de cerca de 400 años arraigada en Rennes. Alrededor de las Halles Martenot, un elegante edificio de acero y fachada de ladrillo, la ciudad despierta dando vida una semana más al centenario Marché des Lices, iniciado en 1622.

Cientos de productores y comerciantes despliegan sus puestos, rebosantes de especialidades de la región (marisco, sidra, caramelo de mantequilla salada…), hasta bien entrada la hora de almorzar. Algunos clientes se autorizan un tentempié, seducidos por el olor de la galette-saucisse. Una especie de perrito caliente local, preparado con una salchicha de cerdo envuelta en una crepe de harina de trigo sarraceno. La espesa humareda que se evade de un food-truck impregna las fachadas de entramado de las casas señoriales que rodean la plaza. Durante el Renacimiento, este tipo de arquitectura era frecuente en Bretaña, la región de la cual Rennes es hoy su capital, aunque durante siglos lo fue la bella Nantes, más al sur, hasta su designación como capital de la región del País del Loira en 1955.

ORGULLO BRETÓN

Un cielo brumoso nos acoge esta mañana de finales de verano. En Bretaña (en bretón, Breizh), se dice que el buen tiempo llega varias veces al día, intercalado entre una llovizna y un azote de viento. Los bretones son un pueblo alegre, obstinado y orgulloso de sus raíces celtas. Los habitantes de la provincia romana de Britannia (actual Gran Bretaña) atravesaron el Canal de la Mancha y trajeron la lengua alrededor del siglo v, hablada hoy en día por apenas el 5,5 % de los 3,3 millones de habitantes de la región. Desde la anexión del ducado de Bretaña al reino de Francia en el siglo xvi, el francés ha ganado terreno como lengua oficial, si bien en los últimos años se ha renovado el interés por la enseñanza y el aprendizaje del bretón.

La recuperación de la lengua bretona fue motivada, en gran parte, por la música. A lo largo de los años 70 y 80, Alan Stivell moderniza las melodías celtas sirviéndose de instrumentos tradicionales como el arpa y la gaita. Paralelamente, los jóvenes descubren la música y la danza bretona gracias al Fest-Noz («fiesta de noche», en bretón), recuperado por Loeiz Ropars en los 50. Se trata de una recreación de las fiestas de la cosecha, desaparecidas en los años 30 y que la Unesco incluyó en su lista del Patrimonio Mundial en 2012.

LA COSTA ESMERALDA

Acantilados imponentes flanqueados por cabos rocosos, playas de arena fina abiertas en calas íntimas, fortificaciones custodiando la costa, pecios hundidos en las entrañas de un mar de aguas esmeralda de las que emergen un sinfín de islas, pobladas por faros, molinos de marea y colonias de aves migratorias… Las múltiples facetas del paisaje de esta esquina noroccidental de Francia no solo fascinan a los foráneos sino también y de manera intensa a los propios bretones, pues es un lienzo en bruto y salvaje que sumerge en el fin del mundo a quien lo contempla.

Unos 70 km al norte de Rennes, el agua que acaricia el litoral resplandece de una viva tonalidad verde azulada. Si el sur de Francia gozaba de la Costa Azul, ¿por qué no fundar la Costa Esmeralda en el norte? Con tal nombre bautizó el abogado e historiador Eugène Herpin el nordeste del litoral bretón alrededor de 1890. No obstante, una leyenda tardía atribuye este matiz a un anillo ensartado con una piedra esmeralda que una joven habría arrojado en las proximidades de la ciudad corsaria.

SAINT-MALO ENTRE CORSARIOS

Saint-Malo debe ese apodo a los numerosos armadores, navegantes y corsarios que vio nacer en el interior de sus murallas. Entre ellos, Jacques Cartier, quien levó anclas en el puerto de Saint-Malo poco antes de descubrir Canadá en 1534, y cuya efigie en bronce se erige gloriosa frente al mar, en las cercanías del Môle des Noires. Según una historia popular, las viudas de los marineros desaparecidos esperaban en vano el regreso de sus esposos en este dique rompeolas destinado a proteger el puerto. En los días de grandes mareas, las olas lo envuelven violentamente al tiempo que azotan el resto de la bahía de Saint-Malo. Su situación geográfica, en la que el Océano Atlántico se precipita en el Canal de la Mancha, hace de estas mareas las mayores de Europa. Un espectáculo que enorgullece a los malouins.

EL SENDERO DE LAS ADUANAS

En los alrededores de Saint-Malo es habitual encontrarse con caminantes que han emprendido en el Mont Saint-Michel el GR34, un sendero de más de 2000 km que recorre casi toda la costa bretona. Popularmente es conocido como el Sendero de las Aduanas, ya que retoma los antiguos caminos que patrullaban los aduaneros para evitar el contrabando. Permanecer vigilantes los obligaba a situarse en puntos estratégicos, de gran visibilidad. De ahí que los senderos marcados hoy con rayas blancas y rojas atraviesen enclaves tan impresionantes como los acantilados de Plouha, los más elevados de Bretaña, con hasta 104 m de pared. Serpentearlos permite acceder a un paisaje en estado puro, en el que el aire gélido acaricia el rostro del caminante a la vez que se enreda en sus cabellos.

¡OSTRAS! (Y UNA ABADÍA)

El GR34 conduce hasta Paimpol, una etapa importante a la hora de almorzar, pues la ciudad es conocida por la ostricultura y la pesca del bogavante azul. Hasta mediados del siglo xx, la ciudad –y el resto de Bretaña– obtenía su riqueza del bacalao. Los marineros bretones partían en torno a seis meses para capturar este pescado frente a las costas de Terranova e Islandia. Las robustas viviendas construidas por los armadores en Paimpol reflejan el auge de aquella época. Como la situada en el 22 de la Place du Martray, que perteneció a la familia Armez en el siglo xviii.

Errando por callejuelas empedradas, se llega hasta la Rue des Islandais, cercana al puerto y por ello muy frecuentada por los marineros. Las campañas de pesca de los pampolais en el gran norte inspiraron a Pierre Loti su novela Pescador de Islandia y a Théodore Botrel su canción La Paimpolaise. La Rue de Beauport sale del centro y alcanza las ruinas de la abadía de Beauport, del siglo xiii y estilo gótico anglonormando. Los bosques, marismas, praderas, marismas y arenales rocosos de los antiguos terrenos abaciales son ahora una área protegida que se ha habilitado con senderos.

RUMBO A BRÉHAT

Desde la punta de l’Arcouest se embarca hasta la isla de Bréhat, primera reserva natural de Francia, de 1907. Durante la travesía de 10 minutos se divisan los primeros islotes y arrecifes de los casi cien que emergen alrededor de la isla. Algunas de las más de 120 especies de pájaros que anidan en la isla (carboneros, petirrojos, pinzones…) cantan y aletean a poca distancia de la costa. En Bréhat, la temperatura es moderada y agradable. La isla goza de un microclima garantizado por la cálida Corriente del Golfo, que cruza el Atlántico desde el Caribe, y en el cual se deleitan las flores de la isla.

PAISAJISMO MARINERO

A lo largo de los siglos, los marineros han aportado de sus viajes numerosas plantas exóticas, como la hortensia, la mimosa, el eucalipto y la camelia, que actualmente colorean el paisaje de la conocida como Isla de las Flores. Traída desde Sudáfrica, el agapanto es quizás la más característica, cuyos tonos violáceos bordean en los meses de verano los senderos que deben recorrerse para descubrir la isla, pues el coche está prohibido a lo largo y ancho de sus escasos 3 km2.

Bréhat se compone en realidad de dos islas conectadas por el Pont ar Prad (Puente del Prado, en bretón). Sus casi 400 habitantes residen en la parte sur, mientras que en la parte norte persiste un paisaje insólito de faros y rocas de tonalidades ocre casi rosáceas.

EL FARO ENTRE LAS ROCAS ROSÁCEAS

De nuevo en el continente, la ruta continúa  hacia el oeste por la llamada Costa de Granito Rosa, que se extiende a lo largo de 10 km hasta Ploumanac’h. En este pueblecito el mar ha esculpido una serie de rocas a lo largo de 300 millones de años, dotando a cada una de ellas de una forma que les da nombre y que el visitante puede tratar de reconocer: el Sombrero de Napoleón, la Botella, la Bruja… Durante el paseo por estas 25 hectáreas de terreno se descubren rocas que superan los 20 m de altura.

En la orilla, los aficionados a la pêche à pied (pesca a pie) permanecen atentos a los moluscos que asoman en la arena con la bajada de la marea, mientras que una mujer se dirige discretamente al oratorio dedicado a Saint Guirec. Construido sobre un montículo de rocas, este edificio rústico de techo abovedado custodia la estatua del santo bretón. Desde tiempos inmemoriales, las jóvenes en edad de casarse clavan una aguja en la nariz del santo. Si el alfiler no cae y permanece incrustado, la leyenda asegura que el matrimonio tendrá lugar ese mismo año. Aunque en 1904 se reemplazó la frágil talla de madera del siglo xiv por una de granito, las bretonas continúan clavando agujas en la sólida nariz de la actual estatua, ahora desgastada por las «picadas».

BREST FRENTE AL FUTURO

A poco más de 100 km al oeste del litoral rosáceo, alcanzamos Brest, en el departamento francés de Finistère. La segunda ciudad más grande de Bretaña fue asolada por los bombardeos alemanes y gran parte hubo de ser reconstruida en las décadas de los 50 y 60.

En el barrio de Recouvrance de Brest, situado en el margen derecho del río Penfeld, la Rue de Saint-Malo preserva uno de los pocos vestigios de la arquitectura local que escaparon de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Pasear por el empedrado de esta calle del siglo xviii es un genuino viaje al pasado. Las robustas casas de piedra fueron abandonadas progresivamente en la segunda mitad del siglo xx. Restauradas más tarde por la asociación cultural Vivre la Rue, las viviendas acogen ahora conciertos, teatros y exposiciones de arte abiertas al público. Recouvrance es un barrio en plena efervescencia que refleja la actual dinamización de la ciudad.

EL HANGAR CREATIVO

Situado sobre un promontorio cuya vista panorámica del puerto militar de Brest deja sin aliento, Les Ateliers des Capucins se alza como un colosal centro cultural y comercial abierto en un antiguo convento de monjes capuchinos. Su construcción fue iniciada en 1695 por el célebre arquitecto Vauban, responsable del cinturón de fortalezas que rodea el territorio francés. Tras la Revolución Francesa, la Marina instaló en este edificio de grandes ventanales sus talleres de construcción naval hasta el año 2004. La maquinaria industrial de aquella época puede aún observarse en la planta baja del edificio, reconvertido hoy en el espacio público cubierto más grande de Europa. Frente a los comercios, la mediateca o la sala de escalada que alberga, los jóvenes de Brest hacen piruetas con el monopatín o bailan break dance sobre los suelos de parqué.

CROZON Y LAS FORTIFICACIONES

La distancia lineal entre Brest y la península de Crozon no es significativa, pues ambas costas se hallan una frente a la otra en el mar de Iroise. Sin embargo, la geografía de la zona ralentiza el trayecto y se necesita cerca de una hora para llegar a destino. A lo largo de 1250 km2, este edén de brezos, tojos y bosques de pinos acoge al este los montes de Arrée, cuyo pico, el Roc’h Ruz (385 m), se impone como el más alto de Bretaña. Al oeste contemplamos su fachada marítima, en cuyo litoral se han construido fortificaciones de defensa desde la Edad del Hierro hasta los blockhaus o búnkers de la Segunda Guerra Mundial.

Hasta 16 baluartes constituyen la Ruta de las Fortificaciones en la península de Crozon, destacando la Tour Vauban del siglo xvii, inscrita en la lista del Patrimonio Mundial. La fachada rojiza de esta torre poligonal de 18 m de alto está recubierta de polvo de ladrillo; un particular foso la rodea, pues únicamente se llena con la subida de la marea. La Tour Vauban es una de las curiosidades del pueblo de Camaret-sur-mer, junto con las Alineaciones de Lagatjar. En este cuadro megalítico de más de 200 m, casi cien menhires de hasta 3 m de altura se alzan ante nosotros. Fueron colocados hace más de 4500 años sin que se conozca aún hoy con certeza su función, aunque se suelen relacionar con la astronomía.

EL FIN DEL MUNDO EN POINTE DU RAZ

Frente a la orilla, el territorio habitado más occidental de Francia emerge en el mar de Iroise: las islas de Ouessant, Molène y Sein. Las tres han sido designadas Reserva de la Biosfera por la Unesco gracias a su rica biodiversidad. En este extraordinario enclave es posible descubrir una colonia de focas grises, observar el delfín mular o el vuelo de la amenazada chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax). La gastronomía isleña es una experiencia más que recomendable, en especial el estofado de langosta y la salchicha ahumada con algas.

En los días claros se aprecia la más pequeña de las tres islas, Sein (0,5 km2), desde la Punta de Raz. Llegados a este cabo rocoso de Bretaña, hay que aguzar el oído y escuchar detenidamente. Bienvenidos al «fin del mundo».

 

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